Paseo sonámbulo Ciclo «Bienvenidos a la luna». Dinámica lunar
Escrito en los años de la Gran Guerra, El Golem, que Gustav Meyrink publicara en 1915, es en varios sentidos una novela lunar. Sus primeras páginas deslizan el influjo de la luna y su final, en la que se descubre un intercambio involuntario de sombreros, lo confirman: todo ha sido una confusión transfigurada por la influencia fantasmagórica de la luna. Claro que en ese recorrido las cosas no han sido menos ciertas.
El Golem, que recoge, claro, la leyenda judía del nombre del Altísimo soplado sobre un ser de barro y representa las capacidades dormidas de los hombres y, en especial de los judíos del ghetto de Praga, es también un ser lunar: iluminado por el fulgor de la luna, su brillo y su poder son casi sonámbulos. En ese ser del libro de Meyrink, que es un personaje terrestre tocado por lo divino, pensé mientras observaba muchas de las obras de la muestra Bienvenidos a la luna, coordinada por Max Cachimba para las Galerías del Parque de España (la exposición puede visitarse hasta el 26 de este mes).
Claro que “La Luna”, de Juan Grela (1967) es el gran proyector de sombras lunares de este recorrido. La estrella misma de su composición, como si se tratara de un ícono ruso, sugiere más la luz que las figuras, como si lo que se mostrara fuese ala vez la visión de un paisaje influido por la luna y las formas dormidasque su radiación despierta. La disposición circular de las figuras (moradas, árboles como lámparas), en torno a la moneda dibujada de la luna, señalan también ese camino nocturno que recomienza una y otra vez, como el que hace el sombrero de Athanassius Pernath en El Golem.
Lo que en muchos casos informan estas imágenes de la muestra es el virtuoso defecto por el cual la luna difícilmente es capaz de proyectar imágenes “modernas”, como si ese poder de ensoñación que trae su resplandor fuese impermeable a los conceptos sofisticados de la modernidad tardía. Así, el “Moon Explorer” (2009) de Daniel García se nos ofrece como un tímido juguete de hojalata, como el resto de un futuro imaginado que conserva aún el candor de la promesa. O los “Personajes” (2009) de Fabricio Caiazza, que flotan sobre unos sillones de living, vacíos y de una vejez reciente pero notoria que, como en los dibujos y los chistes de Gahan Wilson, parecen esperar el descuido del hombre que se siente a descansar para atacarlo en sueños. O la foto de Inne Martino (“Do the evolution”, de 2008), en la que un esqueleto vuelve las cuencas vacías hacia atrás, como perseguido por el resplandor lunar. El esqueleto remeda también el Terminator de la película, pero en su pose animada y en su paisaje despojado, la amenaza —entrevista como una luminosidad plateada que echa una sombra difusa— es algo que habita en el más allá del cuadro.
En otros cuadros, como en “Naturaleza muerta lunar (homenaje aMorandi)” (2008), de Juan Lima, la luz de la luna vuelve a ser la materia: botellas y vasijas empastadas de una sustancia áspera y blancuzca que sedimentan en la imaginación la idea de un ficticio picnic lunar. El “Nocturno” (1998) de Jorge Martínez Ramseyer es tal vez más clásico en su postulación: los colores son casi los mismos que en el cuadro de Grela, el azul, la sombra verdolaga de los vegetales; pero el detalle está en las proporciones y el perfil irreal de las plantas con respecto a la figura humana, que luce empequeñecida con respecto a eso que la luna parece hacer de la recortada maraña que recorta la imagen. En algún punto, este “Nocturno” podríaemparentarse con “Festín lunático” (2008), de Cachimba, en el que la luna es un ojo inyectado, alucinado; con el inquietante “Batman” (2009), de Sebastián Pinciroli; con la reposada y acogedora “Luna en el río” (2009) de Sergio Kern, o con una obra precisa y estilizadamente pequeña como “El globo” (2009), de Silvia Lenardón.
En este sentido, el “Moon Explorer” de García guía hacia el “Balistic Bongo” (2009) de Mosquil, o hacia “Doo Rag 59” (2008), “banda sonora de instrumentos electrónicos realizados con objeto y juguetes” de Olaf Ladousse.
Por último, como cita Estrella de Diego a Ariosto en su artículo “Las fases de la luna”, publicado en el último Transatlántico, “todo lo que se extravía en la Tierra —los suspiros de los amantes, el tiempo derrochado por los jugadores, las horas malgastadas de los perezosos, los deseos vanos— termina en la Luna”: así entra el personaje de Raúl D’Amelio en “Media noche” (2009, una monja de cuencas vacías) o el disfraz de San Poggio, el astronauta de Luciano Ominetti que saluda desde su viñeta, los descubrimientos domésticos de Michele Siquot, los hombres lobos de Mariana Tellería y hasta el astronauta pixelado de Andrea Ostera. Así el sombrero de Pernath, en la novela de Meyrink, recupera al Golem bajo el influjo de la luna.
Exposición
“Bienvenidos a la luna”, es una muestra seleccionada por Max Cachimba con trabajos en muchos casos compuestos especialmente para la exposición. Obras de Daniel Garcia, Silvia Lenardón, Virginia Negri, Mariana Tellería, Sergio Kern, Juan Lima, Sebastián Pinciroli, Olaf Ladousse, Michele Siquot, Andrea Ostera, Jorge Martínez Ramseyer, Franco Vico & Luis Rodríguez, Luciano Ominetti, Max Cachimba, San Poggio, David Nahón, Francisco Garamona y Sergio Bizzio, Claudia Del Río, Fabricio Caiazza, Inne Martino, Constanza Alberione, Juan Grela y Raúl D’Amelio.
De arriba hacia abajo:
Juan Grela, La luna; Silvia Lenardón, El globo; Mariana Tellería, Dibujo hombre lobo, Juan Lima, Naturaleza muerta lunar (homenaje a Morandi).
Hasta el domingo 26 de abril, de 15 a 20 en Galerías.
Archivo Fotográfico